CHECK IN: MARCELLO FIGUEREDO

Para vengarse de este esquivo 2020 que no nos dejó hacer las valijas, el dueño de casa responde aquí las 20 preguntas que este blog le formula habitualmente a otros viajeros. Si quieren conocer (parte) de sus gustos, embarquen y lean.

Tomando nota en Santo Stefano di Sessanio.

Para empezar, ¿cuál es el primer viaje fuera de fronteras que atesora su memoria?

Me recuerdo vagamente en la cubierta de algún ferry, cruzando de Colonia a Buenos Aires a ver a mis primos que vivían del otro lado del charco. Me veo en los pasillos de un viejo hotel de medio pelo en la calle Lavalle. Son imágenes difusas, pero está claro que Buenos Aires debió ser el primer destino internacional. No es una respuesta muy original, porque lo mismo le habrá sucedido a tantísimos montevideanos de mi generación y de otras.

¿A qué lugar del mundo quisiera volver una y otra vez?

A muchos, pero si se trata de nombrar sólo uno, digamos Rio de Janeiro. En tren de sumar uno más lejano, Venecia, que se ha vuelto otra obsesión personal.

¿Cuál es el mejor hotel en el que se haya alojado?

Por reunir muchas características excepcionales (desde su ubicación hasta su escala, pasando por el el humor de sus empleados) diría el Gritti Palace, en Venecia. Aunque por otras tantas razones más personales, incluyendo la cercanía física y espiritual, el Copacabana Palace de Rio ocupa el primer puesto en mi corazón. Los buenos hoteles, sobre todo aquellos donde la calidad del servicio y el encanto de las instalaciones se dan la mano con la historia, han sido, son y serán mi perdición.

¿Y el mejor restaurante en el que se haya sentado a comer?

Yo no privilegio la comida por sobre otros aspectos del viaje que me resultan más tentadores y más enriquecedores, de modo que en mi caso esa elección no guarda relación con una obsesión gourmet ni nada que se le parezca. Me gustan la buena mesa y los buenos restaurantes, por supuesto, pero no soporto que la puesta en escena o la declaración de principios sean pretenciosas y pasen por arriba a lo principal. ¿Un ejemplo de lo que busco cuando viajo? La venerable Osteria Giusti de Modena, donde disfruté de un mediodía inolvidable hace un par de años.

Describa el almuerzo o la cena más memorable de su último viaje.

Una noche a fines de enero de este 2020, en una esquina de Chacarita, en Buenos Aires. No fue exactamente una cena, sino unos vermús y algo al paso de parados, en la vereda de La Fuerza. Vista con los ojos de todo lo que pasó después, esa noche de calor, con una pequeña multitud amontonada entorno a la barra y las mesas del lugar, disfrutando de buenos tragos y de comida simple, hablando y riendo despreocupadamente (y sin tapabocas) parece una escena de otro tiempo, de otro mundo.

Evoque un museo, un cuadro o cualquier otro encuentro con el arte que lo haya conmovido especialmente andando por el mundo.

Un encuentro lejano en el tiempo, la primera vez que vi las mujeres de Gauguin en el Orsay de París. Uno más cercano, la fabulosa muestra Time is out of joint en la Galeria Nazionale de Arte Moderna de Roma, donde dieron vuelta la colección y la presentaron de una manera deslumbrante, combinando cuadros y esculturas según criterios estéticos o temáticos, no cronológicos. La seducción del arte, en los viajes, es para mí una de las grandes inspiraciones. Sin que nadie se ofenda, los museos me siguen interesando mucho más que los restaurantes.

Mencione un libro, una película y/o un disco que lo hayan inspirado a viajar a algún lugar.

Muchos, muchísimos. Por poner algunos ejemplos, no hubiera mirado Estambul con los mismos ojos sin haber leído algunos libros de Pamuk, ni disfrutaría Brasil de la misma manera sin haber devorado los discos de Maria Bethania, Ney Matogrosso o Chico Buarque. Viajar es un acto de fe: uno puede religar cosas, asociar ideas, tender puentes. Y la inspiración que brindan la literatura, el cine y la música son motores fundamentales.

¿Qué destino lo desilusionó por completo o no estuvo a la altura de sus expectativas? ¿Por qué?

Morro de Sao Paulo, en el litoral de Bahía. Supongo que fuimos engañados, y eso que sucedió hace más de 20 años: viajamos convencidos de que habría playas desiertas pero estaba repleto de argentinos jugando al fútbol en la arena. Abandonamos el lugar en menos de 48 horas. 

¿Qué es lo que no puede faltar en su valija cuando sale de viaje?

Uno o más cuadernos para tomar notas, dependiendo de la duración del viaje. Es curioso, porque se supone que podría comprarlos en cualquier lado, pero me resulta fundamental salir de aquí munido de eso. Y trato de que sea siempre el mismo tipo de cuadernos.

Mencione uno, dos o tres souvenirs de viajes que ocupen un lugar importante en su casa y en su corazón.

En general, libros, música y olores, que es lo que sistemáticamente traemos de cada viaje. De regreso a casa, eso nos devuelve los recuerdos de un lugar con enorme facilidad. Puesto a mencionar objetos materiales más concretos a los que le tengo especial cariño, podría citar un caminero de Anatolia que compramos en Estambul, un azucarero que trajimos de Marrakech o unos almohadones que compramos en Luang Prabang… ¡y que ya casi no dan más!

El viaje perfecto es: ¿solo, en pareja, en familia, con amigos o en grupo?

Con la Sra. A., compañera de ruta, compañera.

¿Cuál es, para usted, la calle más linda del mundo?

Si se me permite una licencia poética algo obvia, podría decir el Gran Canal de Venecia, que no deja de ser la arteria principal de una ciudad. Si hay que ser un poco más pedestre, tal vez Central Park West, en Manhattan. No creo que Nueva York sea la ciudad más linda del mundo, pero un buen trecho de esa avenida, con esos edificios y esa vista al parque, roza la perfección.

Un rincón del planeta especialmente recomendable para deslumbrar la vista

Rio: el verde de los morros junto al azul del cielo, las nubes ceniza envolviendo el Cristo Redentor, la bahía de Guanabara desde algún mirador de la Floresta da Tijuca, Dois Irmaos recortando el horizonte… no me canso nunca de mirar esas postales. ¡Pero hay tantas otras! Por ejemplo, y siendo mucho más puntual, la galería del antiguo Tabularium en los Museos Capitolinos de Roma, con su vista impresionante al Foro. Supongo que, aun sin haber abierto un solo libro de historia, cualquier viajero siente allí que está frente a algo importante. Es un lugar deslumbrante y emocionante como pocos.

¿El olfato?

Tal vez Bangkok: leche de coco, lemongrass y el olor de la humedad flotando en el aire. Tal vez la plaza Jemaa el Fna en Marrakech, cuando se van los encantadores de serpientes e instalan los puestos de comida. Es como si la ciudad te arrastrara de la nariz.

¿El oído?

Granada, escuchando guitarras a orillas del Darro y mirando la Alhambra, suena muy bien. Pero también Buenos Aires, porque adoro el tango. Uno de mis recuerdos más emocionantes en esa materia es el de la noche en que escuché a Leopoldo Federico, con su bandoneón y su orquesta, en el Torquato Tasso. La música es muy importante para mí, tanto en casa como cuando viajo.

¿El gusto?

Italia, de nuevo. Por decir algo, bastan un plato de mortadela y una copa de Pignoletto en Bolonia para que la parada más simple se convierta en un banquete.

¿Y el tacto?

Estambul, con los mármoles tibios y legendarios de sus hammams. Y el mar de Brasil, siempre.

Si pudiera convencer a una celebridad internacional, de cualquier tipo, para que lo guiara por el lugar donde vive, ¿a quién elegiría y qué le pediría que le mostrara?

Ahora mismo le pediría a Bethania que me sacara a pasear por Santo Amaro, que me mostrara los lugares donde aprendió poesía y se enamoró de la buena dicción del idioma portugués, y que me revelara ciertos secretos del recôncavo baiano.

¿Cuál es el destino pendiente que ahora mismo lo obsesiona?

Son tantos que conviene no obsesionarse, porque hay que asumir que el tiempo y el bolsillo nunca dan para todo. Pero no abandono la fantasía de embarcarme por el Nilo, primero en un vapor y luego en un barco a vela. Todo ello después de unos cuantos días en El Cairo y antes de otros en Alejandría, ya que estamos.

Cuando vuelve de viaje Montevideo le parece…

Me parece que uno se parece al lugar donde nació más de lo que cree. Uno siempre mira el mundo desde donde está parado, por muy cosmopolita que se sienta o que se sueñe. Reencontrarse con el sitio donde uno vive, con sus virtudes y sus defectos, es reencontrarse con uno mismo y cerrar el círculo. Porque también de volver se tratan los viajes.