SECRETOS DEL COPA
Es el hotel más querido por los cariocas, el más famoso de Brasil, uno de los más importantes del mundo y tal vez el único en gozar de un apodo. Como su rutilante historia ya es bastante conocida, esta crónica se cuela entre bastidores para descubrir cómo se trabaja allí y desnudarle algunos secretos. Bienvenidos a la trastienda del Belmond Copacabana Palace.
Los lectores de este blog ya han disfrutado aquí y aquí de un par de crónicas sobre Rio de Janeiro en las que el mítico Copacabana Palace entra en escena por todo lo alto. Ellos, como todo viajero bien informado, ya saben que buena parte de la historia de la ciudad ha pasado por ese fabuloso hotel inaugurado en 1923. Saben cuánto tuvieron que ver el presidente Epitácio Pessoa, el empresario Octávio Guinle y el arquitecto Joseph Gire en la génesis de ese palacio que puso a Copacabana en el mapa del mundo; y cuánto contribuyeron a su fama internacional Fred Astaire y Ginger Rogers, que “volaron” a Rio sin moverse de los estudios de la RKO en Hollywood. Ya saben que Carmen Miranda se encerró deprimida en una de sus suites, que Orson Welles tiró los muebles de su habitación por la ventana y que Lady Di nadó a solas en su encantadora piscina.
Ahora es tiempo de revelar otros secretos de esa gran dama de la hotelería carioca, que está muy cerca de tornarse centenaria y sigue tan campante. Para empezar, un par de datos terrenales: el hotel ocupa el mayor predio privado de toda Copacabana (unos 12 mil privilegiadísimos metros cuadrados frente al mar), y suma ya 96 primaveras, con lo que ha aprendido que no puede descuidarse ni un solo instante. “Tenemos una gran obsesión por la calidad y la renovación, y se necesita mucha gente trabajando para eso”, resume Cassiano Vitorino, gerente regional de Comunicaciones de Belmond.
¿Cuánta gente, para ser exactos? En números redondos, algo más de 500 empleados de tiempo completo. Considerando que el Belmond Copacabana Palace cuenta con 239 apartamentos y suites, eso equivale a una media superior a dos funcionarios por habitación. Las hay de varias categorías, dicho sea de paso, tanto en el edificio principal como en el anexo inaugurado a fines de los años 40, lo que supone un abanico de configuraciones, tamaños y decoraciones muy amplio: desde las habitaciones más sencillas, con vista a la ciudad, hasta las suntuosas penthouse suites que parecen flotar sobre el mar de Copacabana, pasando por apartamentos de aire casi residencial, algunos de 70 y hasta 110 metros cuadrados, con terrazas a la piscina y a la playa.
En cuanto al medio millar de empleados fijos (que se reparten mayormente en las áreas de hospedaje y alimentos y bebidas), corresponde sumarle otro importante número de empleados externos que se ocupan de asuntos no menores como tecnología de sistemas, aire acondicionado o lavandería, un área clave que, a pesar de estar tercerizada, funciona dentro del hotel. ¿Un dato ilustrativo de su importancia? Durante la temporada alta, se lavan allí un promedio de 1.262 kilos de toallas al día.
Uno de los empleados más veteranos del Copa es Jorge Freitas, conocido por todos como Cafú. Llegó a Rio desde su Espírito Santo natal en 1972, mandado a llamar por un tío que ya trabajaba en el hotel. Empezó, hace ya 47 años, en tareas de limpieza. Después se ocupó de las toallas de la piscina, fue mensajero y ascensorista. Despuntando los 90 debutó como portero, y desde entonces es, a su manera, la “cara” del hotel. Con un poco de suerte, la de Freitas será la primera sonrisa que reciba al huésped que recale en ese templo de la Avenida Atlántica. O la última que lo despida. Sus anécdotas, faltaba más, ya han sido publicadas en los grandes diarios de Brasil: le dio la mano a Tom Cruise, Roberto Carlos le firmó un disco y Lady Di le dedicó una mirada muy cariñosa cuando le abrió la puerta del auto que la llevaba de regreso al aeropuerto.
Seis pisos arriba de Cafú, en un pequeño atelier con vista al morro, la simpática Luciana se ocupa de otro tipo de mimos: los arreglos florales que alegran las habitaciones, los restaurantes y los espacios comunes del hotel, para los cuales la casa se abastece, entre dos y tres veces por semana, en un vivero de São Cristóvão que provee las plantas y flores de estación.
Si una cálida bienvenida y habitaciones irreprochables son muy importantes en todo hotel que se precie, comer y beber también son asuntos muy serios en este palacio del buen vivir. “Tenemos una gran cultura gastronómica dentro del hotel, con chefs y gestores, muchos de ellos jóvenes, que lograron ubicar al Copa en un escenario muy interesante”, avanza Cassiano Vitorino. Tres son los restaurantes principales de la casa: Pérgula, que fue totalmente renovado hace un par de años, es el lugar donde los huéspedes disfrutan cada mañana del desayuno y permanece abierto el resto del día para almuerzo, té y cena; el veterano Cipriani, con su deslumbrante ambientación de aires venecianos y sus grandes ventanales a la piscina más elegante de la ciudad; y el más joven Mee, que sirve cocina pan-asiática. Estos dos últimos ostentan una estrella Michelin cada uno. “En Rio sólo otros tres restaurantes tienen estrellas Michelin, y el Belmond Copacabana Palace es el único establecimiento de toda América Latina que cuenta con dos restaurantes estelarizados”, afirma con orgullo el gerente de Comunicaciones.
Cipriani, donde Nello Cassese sirve cocina italiana contemporánea, ganó la estrella este 2019, mientras Mee tiene la suya desde 2015, apenas un año después de haber inaugurado. Itamar Araújo, su chef principal, acaba de regresar de una gira por Singapur, Bangkok, Ko Samui, Hong Kong y Tokio, y ha renovado la carta del restaurante, en la que no faltan platos de la cocina japonesa, vietnamita, malaya y tailandesa; sin mencionar el aclamado omakase ofrecido en la barra o las más de 40 etiquetas de sakes, incluyendo unos cuantos premium.
Un par de detalles más a propósito del arte del buen comer en el Copacabana Palace: todos los panes, desde las 15 variedades que en promedio alimentan el tentador buffet de la mañana en Pérgula hasta los que llegan con el couvert de la cena en el Cipriani, son elaborados en el hotel; y cada uno de los restaurantes, así como el sector de salones para fiestas, tiene su propia cocina.
“Otro dato que poca gente conoce” -avanza Vitorino- “es que nosotros tenemos una entrega financiera muy similar entre el sector habitaciones y el de alimentos y bebidas. Eso no es nada habitual en un hotel, y tiene que ver con la fuerza y la eficacia de nuestro departamento de eventos, que atrae tanto grandes fiestas sociales como eventos corporativos. La gente sabe que cuando hace un evento en el Copa los invitados no fallan. Roberto Cohen, un gran ‘ceremonialista’ brasilero, siempre dice que si hacés un casamiento aquí no te falta casi nadie”.
El área de eventos del Belmond Copacabana Palace es, en efecto, una auténtica locomotora para el hotel. “Somos un lugar muy requerido para casamientos, muchas veces de más de mil personas; tenemos la fiesta de Reveillon el 31 de diciembre, en la que abrimos mil botellas de champagne en una noche; hacemos la fiesta de Carnaval, que cada año tiene un tema distinto y exige black tie o disfraces de lujo; y últimamente hemos sumado otras fiestas para estar más cerca del público joven. Hacemos el Arraiá, que es una fiesta junina, tenemos nuestro Halloween y también el Bloco do Copa, que es algo así como un grito previo al carnaval”.
No es casualidad que el hotel se lleve tan bien con el entretenimiento. Más del 90 por ciento del público del Copacabana Palace llega hasta allí en busca de ocio. “Esa es nuestra vocación. No tenemos un porcentaje importante de clientela corporativa. Claro que hay empresas locales que siempre hacen aquí sus eventos, así como ejecutivos internacionales y presidentes de grandes compañías que cuando vienen a Rio ocupan las suites más importantes, pero nuestro público cautivo viene aquí para divertirse”.
¿De dónde llega ese público? Curiosamente, desde hace ya varios años el principal cliente del Copa es el mercado brasilero: representa algo más del 40 por ciento y está liderado por los paulistas, seguidos por los propios cariocas, que adoran frecuentar el hotel y conmemorar allí fechas especiales. “Estamos convencidos de que si logramos agradar al cliente brasilero logramos agradar a cualquier otro público”, anota Vitorino. “Por una cuestión cultural, por estar acostumbrado históricamente a tener mucho servicio y demás, el brasilero es un cliente muy exigente”. El segundo mercado es el de Estados Unidos (cerca del 20 por ciento), al que le sigue el de Reino Unido. Atrás de ellos, “muy pulverizados”, muchos países se turnan en el juego de la silla, cuenta el gerente de Comunicaciones.
Para satisfacerlos a todos, vengan de donde vengan, un gran equipo gerencial trabaja a las órdenes de una mujer: Andréa Natal, una brasilera nacida en Petrópolis que lleva más de 20 años en el Copacabana Palace y lo gobierna con espíritu de dueña de casa desde 2012. Natal, que para más datos vive en un apartamento del anexo con Chanel, su perra Maltés, también dirige el hotel que Belmond opera en las Cataratas del Iguazú.
Un comité ejecutivo en el que están representadas las áreas de ingeniería, finanzas, recursos humanos y jurídica cuida los intereses del negocio (conviene recordar aquí que Belmond viene de ser adquirido por el grupo LVMH, que capitanea el francés Bernard Arnault); al tiempo que los sectores de hospedaje y alimentos y bebidas velan día y noche para que los huéspedes puedan disfrutar de una estadía en la que no faltan requiebros de ningún tipo: desde el característico perfume a caipim-limão que se impone como seña de la casa apenas traspasar la clásica puerta giratoria de la entrada, hasta el impecable turn down service de cada tardecita, para que las habitaciones sean atendidas no una sino dos veces al día; desde el guardavidas siempre atento en la piscina hasta el servicio de playa que funciona las cuatro estaciones del año; desde conserjes dispuestos las 24 horas a resolver los pedidos más insólitos (algunos se han ganado fama de milagreros, dicen) hasta el recoleto spa en el que entregarse a un masaje, refugiarse en el sauna seco o en el baño de vapor, o comprar algún recuerdo del hotel para llevar a casa.
“Tenemos huéspedes cada vez más jóvenes, más informados y más exigentes que vienen aquí en busca de una experiencia. Tenemos otros que conocen Rio como la palma de su mano y muchas veces ni salen del hotel, al que ven como un destino en sí mismo. Por eso estamos obligados a renovarnos todo el tiempo”, remata Cassiano Vitorino.
Lo mejor del caso, claro, es que esa saludable renovación ha sabido respetar la historia y las tradiciones del lugar. Las de un viejo palacio frente a la playa más famosa del mundo en el que todo es posible. Un hotel que ha sido siempre un delicioso limbo entre la vida pública y privada de Rio de Janeiro. Un oasis de elegancia a salvo de la resaca del tiempo donde la Ciudad Maravillosa puede ser, créase o no, aun más maravillosa.