MANHATTAN CON HIELO

Daniel Humm vuelve por sus fueros. En las alturas de su celebrado restaurante Eleven Madison Park se alza ahora Clemente, un bar que despacha platos veganos y elaboradísimos tragos en ambiente íntimo, todo ello ensalzado por las obras de un pintor italiano.

La idea es fruto de la sociedad entre el aclamado chef suizo y el artista italiano Francesco Clemente, que al parecer se desvivía por tener un trago que llevara su nombre cual Bellini.

Bromas o vanidades al margen, la pasión por la cultura que comparte la dupla, el amor por Nueva York y un confeso homenaje a los salones y bares tomados por el arte (más en concreto al Kronenhalle de Zurich, donde creció Humm y Clemente trabajó como galerista y marchante), guiaron la idea de este bar inaugurado hace apenas un par de meses.

Clemente nació en Nápoles en 1952 y se instaló en Estados Unidos en 1980. Con un pie en la India durante más de una década, y habiendo colaborado con artistas de la talla de Warhol y Basquiat, tiene obra en museos y galerías de tres continentes.

El estudio Allied Works, con Brad Coepfil a la cabeza, se encargó de la ambientación del lugar, en el que se destacan luminarias llegadas de Alemania, muebles hechos en Los Ángeles y piezas vintage; sin contar, claro, con las pinturas del propio Clemente: enormes murales con tonos óxidos, negros y dorados, de inspiración onírica y lujuriosa; un árbol de la vida pintado en el techo abovedado de la escalera que conduce al segundo piso y una gran alegoría sobre el mar y la pesca detrás de la barra.

En el flamante Clemente hay dos espacios bien diferenciados: el Lounge y el Studio.

Los tragos corren por cuenta del director de bebidas Sebastian Tollius y, según aseguran, son muy elaborados técnicamente pero llegan a la mesa en presentación sobria.

En cuanto a la propuesta gastronómica, es una nueva aproximación a la cocina vegana del Eleven Madison Park y se divide en dos cartas: snacks y pequeños platos para el Lounge, y un menú de cinco pasos (para disfrutar en 90 minutos) que se sirve en el mostrador del chef del Studio, donde apenas hay lugar para nueve asientos. Allí, cada plato llega acompañado de un trago distinto (que puede ser con o sin alcohol).

¿Un par de ejemplos? Papas fritas en tempura, verduras encurtidas en sake y hot dogs con tofu agedashi en el lounge, tal vez acompañados de un trago con pisco, alcachofa de Jerusalén ahumada, pera y shiso; o calabaza grillada con col y seitán junto a un trago con tequila, Shochu, chartreuse amarillo y grapa como uno de los pasos en la disputada barra del chef.

Y todo eso, no menos, por encima de un restaurante que cosecha tres estrellas Michelin… pero con una cuenta mucho menos abrumadora a la hora de retirarse.