ROMA SEGÚN ORIENT EXPRESS
El primer hotel de esta famosa firma asociada a los trenes es la reencarnación de un legendario establecimiento en el centro histórico de la capital italiana. Elegancia atemporal e invitación al viaje ponen el tono del flamante (y deslumbrante) Orient Express La Minerva.
La ubicación no puede ser más tentadora: en el centro de todas las cosas, apenas a un par de cuadras de Piazza Navona, a metros del imponente Panteón y de cara al simpático elefante de Bernini que carga un obelisco como si tal cosa.
El flamante Orient Express La Minerva Hotel, inaugurado en abril de este año, ocupa el Palacio Fonseca, que data de 1620 y supo ser propiedad de la familia portuguesa que le dio nombre. Se transformó en hotel La Minerva recién en 1811, y en sus mejores tiempos alojó a Stendhal, a Herman Melville y a George Sand, entre otros artistas, aristócratas y trotamundos célebres.
Para esta nueva vida del edificio, el arquitecto franco-mexicano Hugo Toro se hizo cargo del diseño de interiores, que a la vez de respetar el legado arquitectónico del palacio apostó a una elegancia intemporal, delineando una puesta en escena capaz de retrotraer las épocas del Grand Tour, evocar el legendario lujo de los trenes de la cadena y hacer lugar a las comodidades modernas sin estridencias ni lugares comunes.
Una imponente puerta de hierro forjado y doble cristal abre paso a este singular oasis urbano, en el que de inmediato se hacen notar las alfombras que remedan la caligrafía de la cúpula del Panteón, los techos que replican el color del cielo romano, los motivos Art Déco, los espejos antiguos y los curvilíneos sofás de terciopelo.
Hay algo más de 90 habitaciones y suites (25 metros cuadrados las más pequeñas, 191 la más grande), pero aseguran que es difícil encontrar dos que sean idénticas.
En todas, mármoles generosos que despliegan tonalidades varias (del travertino clásico al Rosso Verona, pasando por violetas insólitos), lámparas de cristal de Murano, techos artesanales pintados a mano, maderas de teca y roble en los pisos, sábanas italianas de la casa Rivolta Carmignani (la misma que abastecía los coches-cama de los trenes), mesas de luz que evocan los baúles de la época dorada de los viajes, detalles en cuero trenzado y cobre pulido, tocadiscos antiguos, papelería vintage en los escritorios y productos Guerlain en los baños.
Una imponente estatua de Minerva preside el bar de planta baja, que es el alma del lobby y ocupa un luminoso atrio poblado de plantas en el que entregarse a los aperitivos del mediodía, el té de la tarde o el cocktail de la noche escuchando el piano. Hay también un rooftop en el séptimo piso, con vistas dignas de La Dolce Vita, para el que Gigi Rigolatto pergeñó un menú de cocina italiana y mediterránea.
La guiñada ecológica de rigor en estos días se hace sentir tanto en el restaurant como en el minibar de las habitaciones, donde los productos son orgánicos y locales; sin contar con la ausencia de plástico en todo el hotel.
“Para mí Roma es pasión, luz, sol, pinos, sombras. Quise traer todo eso al interior de este edificio a través de la arquitectura, el diseño, las texturas, los colores y las capas de estilo y de historia”, dice Hugo Toro, para quien este nuevo hotel es no sólo un reducto de ensueño para pasar la noche en Roma, sino también una verdadera invitación al viaje.