SABOR A AMSTERDAM

La movida hotelero-gastronómica de la capital holandesa sigue mudándose hacia el este. En las fronteras del Oosterpark, los tres espacios para comer y beber del flamante Maurits at the Park prometen seducir el paladar de la ciudad.

Todo ocurre en un imponente edificio de ladrillos que fue construido a inicios del siglo XX para la Universidad de Amsterdam. Allí, y reconectado con el parque a través de una red de jardines y senderos especialmente diseñados, funciona ahora el hotel Maurits at the Park (sexto bastión de la cadena Pillows), que amén de sus 88 deslumbrantes habitaciones abre al público no uno sino tres espacios gastronómicos que ya se cuentan entre los más tentadores de la ciudad.

El chef Floris van Straalen se ocupa de la alta cocina en el restaurante VanOost, donde la atracción visual corre por cuenta de los techos altos con vigas a la vista, la imponente cocina abierta y el look moderno y monocromático de la ambientación.

En cuanto a los platos, prometen un verdadero viaje culinario tanto a la hora del almuerzo como de la cena, instancias en las que sirven sabores del mundo sin desapegarse, claro está, de los productos locales y de estación.

En la carta del espacio más formal (aunque a todas luces confortable) del hotel, figuran menús de 6 u 8 pasos (como el Avant Garden, evidentemente vegetariano y en base a plantas), y propuestas más contundentes, como la Chef’s Table, una degustación en 10 escalas pensada para los decididos a descubrir las nuevas creaciones de Van Straalen.

Hay también una brasserie, bautizada como Spring Café, que funciona como un espacio menos estructurado y en el que sirven platos livianos inspirados en las cocinas de Francia e Italia. Una terraza volcada al verde del barrio prolonga este espacio donde dejarse tentar, por ejemplo, con terrinas de foie gras servidas en brioches caseros, langostas thermidor con espinacas y papas fritas, o dúos de filet de bife y costillas acompañados de zanahorias en salsa de vino tinto. A los postres, la torta de chocolate negro con sorbete de frambuesas, el tiramisú y la creme brûlée ponen la nota dulce.

Finalmente, el Fit’z Bar se impone como el sitio obligado para los tragos con los que comenzar o terminar la noche, en un ambiente de aires cubanos donde la madera oscura y el terciopelo de los tapizados enmarcan los “cocktails con historia” que despachan desde la barra.