CITA EN EL FLORIAN
El café más emblemático de Venecia da pelea: no quiere morir ahogado en las aguas de la crisis ocasionada por la pandemia. Esta es la breve (e ilustrada) historia de un templo que nació en 1720 y, hasta hoy, alberga salones que se cuentan entre los más acogedores del mundo.
No es apenas un café, como puede dar fe cualquiera que haya tenido la fortuna de sentarse a sus mesas, o como puede comprender cualquiera que conozca un mínimo de su historia.
Nacido en diciembre de 1720 como Alla Venezia Trionfante, el bar que fundó Floriano Francesconi pronto se convertiría, para los habitués de la Plaza San Marcos, en el sitio “Da Florian”. Y con el tiempo, en el célebre Caffé Florian, punto de encuentro obligado no sólo para los venecianos sino para todo aquel que visitara la ciudad. Hacia 1750, treinta años después de haber abierto sus puertas como un modesto local cobijado por las arcadas del palacio Procuratie Nuove, el Florian ya contaba con cuatro distinguidos salones.
El dramaturgo Carlo Goldoni, el poeta Giuseppe Parini y el escritor y patriota Silvio Pellico, por citar apenas tres nombres de la primera época, lo frecuentaron desde su hora cero; y cuenta la leyenda que el inefable Giacomo Casanova, eterno Don Juan de La Serenísima, iba allí de cacería porque el Florian supo ser el único café de su época en admitir mujeres.
La lista de celebridades que alimentaron su prosapia y se dejaron ver en sus interiores y en su terraza, es tan larga como variopinta: Stendhal y Dickens, Lord Byron y Percy Shelley, Thomas Moore y Gabriele D’Annunzio, Charles Chaplin y Clark Gable, Hemingway y Cocteau, Claude Monet y Andy Warhol; sin olvidar estrellas del cine como la Katherine Hepburn de Summertime y el Matt Damon de El talentoso Mr. Ripley, porque más de una película rodada en Venecia quiso sumar escenas del venerable café.
Todo pasó por allí y todo se vio desde sus ventanas: el esplendor de la República Veneciana, las conspiraciones contra los ocupantes franceses y austríacos, las inundaciones que una y otra vez trajo el siroco, los miles y millones de turistas que han ido a darle de comer a las palomas y a aplaudir a las orquestas en San Marcos. El Florian fue, incluso, un hospital temporal en el que se recuperaron los heridos tras la revolución de 1848.
Tan rica como su larga historia es la exquisita ambientación de sus interiores, que regalan una atmósfera casi provocativa, a medio camino entre lo público y lo privado y entre Oriente y Occidente: el Salón Chino, decorado por Antonio Pascutti, con sus dorados a la hoja, sus sillones de terciopelo rojo, sus espejos y su estilo Pompadour; contiguo a él, el Salón Oriental, animado por las siluetas femeninas exóticas que pintó en sus paredes Giacomo Casa; la Sala del Senado (tal vez la más importante por su valor artístico e histórico: en sus mesas Riccardo Selvático parió la idea de la Bienal de Venecia, que se concretó en 1895), dominada esta por dos grandes pinturas y los once paneles que rinden homenaje a las artes y las ciencias, con múltiples referencias a la masonería y al iluminismo; la Sala de las Cuatro Estaciones, envuelta en un aire más femenino y una decoración floral; y el Salón Liberty, una guiñada al Art Noveau que el Florian se permitió en los años 20 del siglo pasado.
¿Qué se puede probar allí? De la mañana a la noche, o lo que es lo mismo, del desayuno a la cena, prácticamente todo: pastelería dulce y snacks salados, tartas y tortas (incluyendo una versión local de la Sacher, para escándalo de los austríacos); helados y semifreddi; aperitivos varios, brunchs, chocolate caliente y el té de la tarde a la inglesa; y claro, una interminable carta de cafés, champagnes, licores y tragos. En cualquier caso, al margen de la ecléctica carta la casa se jacta de no haber renunciado jamás a la tradición de sus bandejas de plata y sus mozos ataviados de punta en blanco, así como de servir un tiramisú único y spritzs como no hay otros en la ciudad.
¿Todo es perfecto? No, como casi siempre. En temporada alta el servicio puede ser algo displicente, algún que otro cliché sumar un toque de cursilería, y la cuenta que llega al final de la función, por simple que haya sido, enfadar incluso a los viajeros de bolsillo más abultado.
Pero es el Florian. Y toda su historia, todo su patrimonio, están en peligro otra vez. Sólo que ahora los enemigos no son los invasores austríacos (que, dicho sea de paso, preferían el Caffé Quadri, justo enfrente), ni la temida acqua alta que de tanto en tanto inunda la ciudad, ni las hordas de cruceristas. Por el contrario, el problema radica ahora en la ausencia total de turistas.
Ocurre en todo el mundo, claro, pero La Serenísima parece estar llevándose la peor parte. El acqua alta la había vuelto a atacar en noviembre de 2019, ocasionado graves daños materiales y una importante baja del turismo, lo que derivó en perjuicios económicos estimados en millones de euros. La ciudad apenas se estaba recuperando de ese traspié cuando, en plenos preparativos para el carnaval 2020, el Covid-19 aterrizó en Italia. El resto es historia conocida.
“El problema es el de cualquier empresa. Si no recibe ganancias y tiene que seguir pagando los gastos tiene una vida limitada. Si el gobierno italiano no nos ayuda y tenemos que seguir pagando los impuestos y el alquiler, no quedará otra opción que cerrar. Si morimos, es por problemas económicos”, declaró estos días a la prensa el gerente Marco Paolini.
Propiedad de un grupo inversor multinacional, el Florian pasó de facturar 8 millones y medio de euros en 2019 a 2,5 en 2020. Tiene unos 80 empleados y paga alrededor de un millón de euros anuales por concepto de alquiler (mitad al dueño del local, mitad al Estado italiano). Según Paolini, el propietario privado les ha “perdonado” una buena porción de su mitad, pero el Estado “casi nada”, porque las ayudas a las empresas privadas se limitan a aquellas que, en 2019, hayan facturado menos de cinco millones de euros.
¿Qué va a pasar? No se sabe. En palabras de Paolini, el Florian está “vivo, aunque agonizante”, y de momento sobrevive con la ayuda de los accionistas y el empuje de un crédito bancario. Para el gerente del legendario café, la crisis no es sólo económica sino también histórica: “si el Florian cierra, no sólo cierra un café. Cierra también una página importante de la historia de Italia y del mundo”.