EN LA VIÑA DE LEONARDO

El quinto centenario de la muerte del genial Leonardo da Vinci multiplica la oferta de itinerarios para recordarlo en Francia e Italia. Aquí nos detenemos en un rincón de Milán que lo evoca de manera singular: una casa y una viña, justo en frente a La última cena, que muchas veces pasan desapercibidas. 

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Hay para elegir: la gran exposición que en París prepara el Louvre, donde siempre ha reinado La Gioconda, su capolavoro más visitado; el museo que lo homenajea en Vinci, su ciudad natal; la muestra en el Palazzo Vecchio de Florencia, donde también funciona un museo que privilegia su faceta de diseñador de máquinas; el castillo francés de Clos Lucé, en el valle del Loira, donde pasó sus últimos años; o el deslumbrante refectorio de Santa Maria Delle Grazie, en Milán, donde está su archifamosa Última cena (que dicho sea de paso no es un fresco, como medio mundo insiste, sino una pintura mural).

A metros de esa gran atracción de la capital lombarda hay otro sitio que guarda la memoria de Leonardo, menos visitado pero tan inspirador como cualquiera de los otros, y que funciona a las mil maravillas como complemento del Cenacolo Vinciano. Se trata de La Viña de Leonardo, el lugar que el genial artista del Renacimiento obtuvo como regalo de Ludovico Sforza, duque de Milán, en 1498. Da Vinci había llegado a la ciudad un tiempo antes, en 1482, y en 1495 recibió el encargo de pintar La última cena en el convento de Santa Maria Delle Grazie. En esos años, su cuartel general sería la casa de los Atellani, a cuyos fondos estaba la viña en cuestión, que Leonardo cultivó y cuidó personalmente.

En cuanto a los Atellani, famosos diplomáticos y cortesanos de la época, también habían recibido la propiedad como donación del duque, por entonces deseoso de edificar un barrio digno de sus colaboradores más preciados en torno a la flamante iglesia. La casa, integrada por dos construcciones que Ludovico le había comprado originalmente a un noble de Piacenza, y que los Atellani transformarían en escenario privilegiado de la vida social milanesa durante el período sforzesco, cambió de manos varias veces a través de los siglos: los condes de Taverna, Piancas y Martini di Cigalas se contaron entre sus propietarios. 

En 1919, el magnate industrial italiano Ettore Conti tomó posesión del lugar y le encargó a su yerno, el célebre arquitecto Piero Portaluppi, que lo reacondicionara. Portaluppi eliminó la separación entre las dos casas originales, estableció una nueva y única entrada, redescubrió frescos preexistentes y otros tesoros ocultos durante siglos, y agregó elementos modernos. La casa fue reinaugurada en 1922, en ocasión de las Bodas de Plata de Conti y su mujer, Gianna Casati, y volvió a ser restaurada luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando quedó gravemente dañada por los bombardeos. 

El proyecto de la viña de Leonardo fue retomado con énfasis en 2015, cuando en colaboración con la Fundación Portaluppi y los actuales propietarios de la casa Atellani el lugar se abrió al público. Además, las investigaciones a cargo del enólogo Luca Maroni, la genetista Serena Imazio y el experto en ADN del vino Attilio Scienza, permitieron deducir que la variedad plantada originalmente era Malvasia di Candia, y se procedió a recrear la vid.

Hoy, las muy recomendables visitas guiadas a La Viña de Leonardo (en varios idiomas y múltiples horarios), permiten que el viajero disfrute de este edificio que evoca el esplendor renacentista de Milán y testimonia el vínculo entre Leonardo y la ciudad, amén de su pasión por el vino. El periplo incluye en patio rediseñado por Portaluppi; la sala del zodíaco, con piso, techo y paredes tomados por imágenes astrológicas; la sala con 14 retratos del linaje de los Sforza ; el bellísimo estudio de Ettore Conti, prominente dueño de casa; el Jardín de las Delicias, sembrado de esculturas; y claro, el viñedo propiamente dicho. 

Un encantador bistrot, junto al que funcionan un kiosco bien nutrido y una pequeña librería, completan las instalaciones. Y si al viajero fetichista no le alcanzara con visitar el lugar, tomar un aperitivo y comprarse una botella de Tasto Atellano, también puede alojarse allí mismo, en los Atellani Apartments, un puñado de habitaciones completamente equipadas para estadías cortas o largas en este delicioso enclave histórico de Milán. Justo frente a La última cena.

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