MANHATTAN A MANO ALZADA
A pasos del icónico Flatiron Building, el flamante Freehand New York se alza con una propuesta hotelera muy versátil: atmósfera artística, bares y restaurantes de moda… y hasta habitaciones con cuchetas para los que cuidan el bolsillo. El nuevo niño mimado de Manhattan quiere tentar a viajeros de todos los gustos.
Es la reencarnación del viejo George Washington Hotel de la avenida Lexington, a pocas cuadras del vibrante NoMad District y de la humeante Koreatown. Un edificio de finales de los años 20 que supo gozar de gran reputación como punto de encuentro de escritores, músicos y pintores que allí se dieron cita durante décadas. Es, también, el segundo enclave hotelero de la ciudad con el que colabora el Sydell Group (cuyo buque insignia en Manhattan es el celebrado NoMad Hotel) y el cuarto de una cadena que ya agitó las aguas de Miami, Chicago y Los Ángeles.
La ambientación del lugar fue confiada al prestigioso estudio Roman and Williams, que propuso un diálogo estético entre pasado y presente y apostó a una atmósfera muy acogedora, de tono casi residencial, para decorar los espacios comunes. Honrando la tradición artística del lugar, y manteniendo la misma política de los otros Freehand, el hotel promovió una beca artística para que una veintena de estudiantes y ex alumnos del Bard College trabajaran en los murales encargados para las habitaciones y colaboraran con las obras que hoy toman por asalto paredes, pasillos y escaleras. Subrayando la vocación artística del emprendimiento, el hotel también cuenta con un programa de residencias anuales para que cuatro artistas seleccionados cada año puedan alojarse allí, ocupar el estudio que funciona en el rooftop y mostrar lo suyo durante unos meses.
La versatilidad de la propuesta se extiende a la oferta hotelera propiamente dicha, que consta de 395 habitaciones divididas en seis categorías: desde las muy tentadoras penthouse suites para los que quieran dormir más cómodos, hasta cuartos con cuatro cuchetas para los que viajan en grupo y quieran abatir el presupuesto destinado a alojamiento, un rubro siempre caro en la Gran Manzana. Las tentaciones se prolongan a la hora de comer y beber, para lo cual sobran opciones: el restaurante Studio, que funciona como el comedor del hotel y sirve platos con sabores de Medio Oriente y África del Norte; Simon & The Whale, un espacio algo más informal; el elegante George Washington Bar, donde reina la madera oscura y no falta el caviar para acompañar los tragos; el café Smile to Go, que sirve cocina de acento mediterráneo; y el Broken Shaker New York, un espacio ambientado con estilo bohemio en el piso 18 que, además de interiores con aires afro-jazz y caribeños, ofrece un espacio exterior con estupendas vistas de Manhattan.