A LA SOMBRA DE VINICIUS

No es para cualquiera, pero en los confines más descalzos y salobres de Salvador hay un rincón que puede hacer las delicias de viajeros melómanos y fetichistas acostumbrados a la buena vida. La recuperada casa que por unos años habitaron Vinicius de Moraes y su mujer bahiana alberga una suite capaz de convencer a sus huéspedes, medio siglo después, de lo bueno que sigue siendo pasar la tarde (y las noches) en Itapuã.

Fue un sueño largamente acariciado: los dueños del viejo hotel Mar Brasil coquetearon varios años con el terreno y la casa vecina, que era algo así como el otro faro del barrio, porque había sido la morada de Vinicius de Moraes y Gessy Gesse, la actriz bahiana con la que el poeta carioca convivió siete años, entre 1969 y 1976. Cuando llegado el 2000 Renata Proserpio, que regenteaba el Mar Brasil desde principios de los 90, pudo por fin comprarla, la anexó al edificio principal y empezó a reperfilar su negocio y su clientela.

Adictos a la bossa nova de todo el mundo empezaron a llegar en pequeñas oleadas; luego sumaron un restaurante, dirigido por una chef local y un sommelier italiano, que emplazaron en la terraza de la vieja propiedad y bautizaron como Casa Di Vina, jugando con el apodo por el que los íntimos conocían a Vinicius. Esa incorporación, sumada al pequeño memorial que inauguraron en uno de los espacios comunes de la casa con la ayuda de la propia Gessy (que donó parte de su archivo), les granjeó una clientela romántica, gourmet y aficionada a la música.

Pero la vuelta de tuerca definitiva, claro, fue transformar la habitación en la que dormían Vinicius y su musa en la suite principal del hotel, que tiene algo más de 50 metros cuadrados, está presidida por la cama original (rescatada gracias a la sensibilidad de una vieja vecina que estaba a punto de mandarla a remate), ambientada con muebles cuidadosamente elegidos en anticuarios, y alegrada por una generosa memorabilia en honor al poeta en la que conviven fotos, documentos, ropa, enseres domésticos y otros objetos.

El resultado es una recreación de época que combina piezas auténticas y de las otras, pero que en cualquier caso constituye un feliz matrimonio entre realidad y ficción. Como golpe de gracia, casi cinematográfico, una comodísima y moderna bañera, emplazada en la misma ubicación y con la misma vista de antaño, permite al viajero de hoy el placer de sumergirse perdiendo la mirada en el encuentro entre cielo y mar que tanto deleitaba al célebre dueño de casa, adicto a los baños de inmersión.

Hay también un rincón para leer y escribir, una zona de estar con aires setentosos, una pequeña biblioteca, y azulejos y cerámicas originales del alemán Udo Knoff: representando pescados en uno de los baños y culos de mulata en el otro, como para no olvidar otras obsesiones del blanco más negro de Brasil.

Ya fuera de la suite, el memorial abierto al público permite echar un vistazo a la máquina de escribir en la que Vinicius escribía sus sonetos; a fotografías, partituras y cartas de sus años bahianos; a obras de arte, imágenes de orixás del candomblé y a un pequeño etcétera. Y a lo largo y ancho del hotel, que incluye un jardín tropical envuelto por la interesante reja diseñada por la colombiana Elena Landinez, obras de Carybé y de Calasans Neto, muebles de Sergio Rodríguez y libros con los que entretenerse un buen rato.

Vinicius de Moraes y Gessy Gesse se conocieron en Rio de Janeiro, donde los presentó la mismísima María Bethania, en 1969. Se casaron ya en Bahía (donde tuvieron un par de domicilios previos a la casa de Itapuã), en 1973, apadrinados por Jorge Amado, Calasans Neto y sus mujeres Zelia Gatai y Auta Rosa, en una ceremonia gitana que coincidió con el 60 aniversario del novio.

La casa de Itapuã que hoy forma parte del hotel Casa Di Vina se levantó en 1974, siguiendo un proyecto de los arquitectos Jamison Pedra y Silvio Robatto, y del ingeniero Elisinho Lisboa. Ubicada casi enfrente del emblemático faro del barrio, el célebre poeta, diplomático y músico la bautizó como Principado Libre y Autónomo de Itapuã, del que se autoproclamó príncipe consorte. Además de nido de amor de la pareja, fue punto de encuentro obligado de la intelectualidad bahiana, brasilera y latinoamericana de la época: por allí pasó tanta gente, que el matrimonio terminó alquilando una pequeña casita, a unas pocas cuadras, para que oficiara de bar en el que comieran y bebieran los invitados, y de paso darle un respiro a Dolores, la mucama. Según cuenta Gesse en su biografía, Vinicius acababa pagando la cuenta muchas veces, con lo que la idea acabó resultando un pésimo negocio.

En esa mítica casa en la que Vinicius mamó bahianidade, adoptó bichos de todo tipo y se acercó al candomblé, también compuso algo más de una veintena de canciones (buena parte de ellas en sociedad con su amigo Toquinho), pero ningún tema de sus años en Salvador superó la fama de Tarde en Itapuã, que curiosamente escribió antes de que esa casa existiera, pensando en promover el emprendimiento inmobiliario de unos amigos (Édio y Sônia Gantois), y cuya música en principio iba a componer Dorival Caymmi y no Toquinho.

Medio siglo después, ese encantador rincón de Itapuã no es un lugar para viajeros primerizos que necesiten tener a mano el Pelourinho u otras atracciones del corazón histórico de la ciudad, ni para los que crean que el barrio sigue siendo tan bucólico y apacible como en los años 70. A su favor hay que decir que está a apenas 10 minutos del aeropuerto, tiene muy a mano las mejores playas de Salvador, se duerme como los dioses y se come muy bien.

En otras palabras, sigue bastando con un traje de baño viejo, agua de coco y cachaça para no pasarla nada mal. Y si es en la Suite Vinicius, tanto mejor.