LONDRES REINVENTA EL LUJO
¿Cómo será la industria de la hospitalidad después del Covid-19? Si la calidez, lo artesanal, lo sostenible y lo personalizado están llamados a imponerse sobre los derroches del lujo más tradicional, este nuevo hotel en las afueras de Londres puede ofrecer algunas pistas de lo que vendrá. Así es el flamante Birch.
Para decirlo en pocas palabras, este nuevo reducto en Cheshunt, una tranquila localidad de Hertfordshire, a media hora de la agitada Londres, ha llegado para poner patas arriba el concepto de “hotel”. O al menos para repensarlo seriamente. “Parece un hotel pero se siente como el festival de una comunidad”, dijeron sus dueños el 3 de agosto, cuando abrieron las puertas.
El Birch, que toma la posta del viejo De Vere Theobalds, es una idea de Chris King y Chris Penn, que apelaron al estudio Red Deer para encarar el desafío arquitectónico y ocuparse del diseño de interiores.
El nuevo hotel tiene 140 habitaciones y 20 espacios comunes, para un variadísimo uso, pero nada funciona exactamente como un huésped tradicional podría esperar. Con el foco puesto en una generación de viajeros cada vez más joven, consumidora de un lujo contemporáneo que privilegia lo artesanal sobre lo uniformizado, y que demanda experiencias cada vez más personalizadas, los mentores del proyecto se obligaron a repensar por completo la industria de la hospitalidad.
El imponente edificio que alberga al Birch fue construido en 1763, aunque algunas partes de la finca, que suma algo más de 22 hectáreas, datan del siglo XV. Para mantener el aire noble de vieja mansión campestre, la intervención arquitectónica reparó y reutilizó todos los materiales posibles: desde los ladrillos de la fachada hasta los viejos tablones de algunos pisos, pasando por los muebles que podían tener cabida en la reforma. Una mano de pintura le dio vida nueva a los viejos cuartos, pero en muchos rincones los defectos y las intervenciones del pasado fueron deliberadamente dejados a la vista.
Para las habitaciones, donde la filosofía a favor de la “vida lenta” se evidencia en la ausencia de escritorios y televisores, convocaron a artistas y artesanos locales que sumaran toques únicos. Allí se destacan, por ejemplo, los curiosos percheros hechos a medida por el estudio Jan Hendzel, que se valen de globos de plástico, jarrones de cerámica y cuencos de cobre firmados por diferentes artistas ingleses.
El compromiso con el entorno se extiende, como ya es de rigor, con la granja propia, que abastece en buena medida a los dos restaurantes de la casa, que proponen una gastronomía creativa. Por un lado The Zebra Riding Club, bajo el mando del chef Robin Gill, que se presenta como un restaurante guiado por la naturaleza; y por otro Valeries, un espacio más informal, abierto todo el día y con una carta que le hace lugar a carnes, pescados y pizzas. No faltan los bares (hay tres: Links, Frick y Spitz), una tienda de comidas y hasta una panadería interactiva en la que se puede comprar e incluso cocinar.
Los eventos, el bienestar corporal e incluso el trabajo también están en la órbita del hotel, que propone a sus huéspedes desde clases de macramé hasta lecciones de yoga, sin olvidar un novedoso espacio de co-work llamado The Hub.
Pensado como un escape de la vida urbana a media hora de una gran capital, el Birch invita no sólo a dormir sino también a crear, pensar y conversar: hay un atelier de arte, un estudio de música y hasta una sala de proyecciones para ver películas cómodamente tumbados en reposeras.
BIRCH FOTOS: ADAM FIRMAN