CITA EN AMSTERDAM

Esta es la azarosa historia de una pareja de enamorados retratada por Rembrandt que por fin ha vuelto a casa. Pero como el reencuentro tiene lugar en el famoso Rijksmuseum, donde en estos días también se ha dado cita la Alta Sociedad, es poco probable que puedan decir ¡al fin solos!

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Él se llama Marten Soolmans. Ella, Oopjen Coppit. Él venía de Amberes y trabajaba en el negocio del azúcar. Ella, hija de un próspero vendedor de pólvora y granos, vivía en Amsterdam. Formaron parte de la élite de comerciantes del Siglo de Oro holandés. Tenían tanto dinero que cuando se casaron, en 1634, le encargaron el retrato de bodas nada menos que a Rembrandt, que cobró por la faena unos 500 florines, al parecer el equivalente a un año de sueldo de un empleado con trabajo fijo. Posaron elegantemente ataviados y de cuerpo entero, como los aristócratas de la época, seguramente para demostrar que el dinero de los nuevos ricos valía tanto o más que la sangre azul y los títulos nobiliarios. 

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Desde 1877, los dos grandes cuadros que componen el retrato de la pareja (dos metros por casi metro y medio cada uno) estaban en manos de la rama gala de la familia de banqueros Rothschild, que se los había comprado a los descendientes de Pieter van Winter, un comerciante holandés. Pero como el Ministerio de Cultura de Francia no los había declarado tesoro nacional, y Holanda estaba dispuesta a repatriarlos, con la ayuda del gobierno y de coleccionistas privados, el Rijksmuseum de Amsterdam se dispuso a comprarlos en 2015 por la abultada cifra de 160 millones de euros. La idea coincidió en el tiempo con la publicación del presupuesto nacional, que por entonces evidenciaba un déficit de casi el 3 por ciento, y no tardaron en llover las críticas. La ministra holandesa de Cultura, Jet Busemaker, defendió el gesto asegurando que el gobierno estaba en condiciones de poner la mitad del dinero y que el museo se ocuparía fácilmente de recaudar el resto. Y de paso, apeló al orgullo nacional: “si no adquirimos esos cuadros ahora, corremos el riesgo de que se los lleve un jeque petrolero y desaparezcan de Europa para siempre”.

La movida también agitó las aguas en París, porque cuando se supo que el Louvre no estaba dispuesto a pujar por las obras, impidiendo así que salieran de Francia, salió a la luz un detalle nada menor: se descubrió que el propietario de las mismas, el barón Éric de Rothschild (un poderoso banquero y filántropo nacido en New York, que produce uno de los mejores vinos burdeos del mundo, preside el Museo de la Shoah y la Gran Sinagoga de París) también integraba la Sociedad de Amigos del museo. “Vaya amigo”, ironizó la prensa.

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La disputa acabó saldándose de forma salomónica, evitando escándalos mayores en ambos países, y luego de varias idas y vueltas los cuadros pintados por Rembrandt fueron adquiridos a la romana, por el Louvre y el Rijksmuseum, con el compromiso añadido de turnarse para exhibirlos y mantenerlos siempre juntos. 

“El pintor tenía 28 años y sus modelos 21 y 23. Estaban recién casados y esperaban su primer hijo. Jóvenes y ricos, las ambiciones del trío se cruzaron. Rembrandt llevaba apenas tres años pintando retratos y se lució con las luces, las sombras y el movimiento. Son unos cuadros para el mundo. Para la historia, y no para una colección particular”, sostuvo en su momento Taco Dibbits, director del Rijksmuseum. Finalizado a inicios de este año el largo proceso de restauro al que fueron sometidos, los cuadros están por fin a la vista en el famoso museo de Amsterdam, que los ha colgado como la gran atracción de High Society, su muestra temporal en cartel hasta el 3 de junio. Allí, el joven matrimonio se codea con príncipes, aristócratas y otras celebridades retratadas por pintores de la talla de Velázquez, Munch, Veronese y Manet, por poner apenas unos ejemplos. Luego pasarán cinco años en el Rijksmuseum antes de mudarse por otro lustro al Louvre. Y de allí en más, los retratos viajarán cada ocho años de museo en museo, aunque por contrato nadie podrá separar a Marten y a Oopjen. La vida real, que conste, no tuvo un final tan feliz: él murió con apenas 28 años, luego de que la pareja hubiera perdido dos de sus tres hijos. Ella, que volvió a casarse y volvió a enviudar, vivió hasta los 78. Y fueron los descendientes de su segundo marido quienes se desprendieron de los cuadros. Las entradas para ver High Society en Amsterdam cuestan 17.50 euros.