UN SANTUARIO EN EL PELOPONESO

No sólo de islas y playas vive Grecia. En las alturas del Peloponeso y rodeado de bosques, un viejo edificio renace como un santuario del lujo sereno consagrado al relax. Así es el Manna Hotel.

Nadie diría que aquí funcionó un hospital para tuberculosos, pero así fue desde 1929, a instancias de los hermanos Anna y Pavlos Melas. Lo levantaron con la ayuda financiera de otros aristócratas griegos, y lo mantuvieron como uno de los más importantes de los Balcanes hasta 1938, cuando la penicilina ya habilitaba tratamientos más sencillos para la enfermedad y las largas internaciones en medio de la naturaleza dejaron de tener sentido.

El enorme edificio de impronta neoclásica, hasta entonces conocido como el Sanatorio Mana (a Anna Melas se la apodaba como “la madre de los soldados”) fue primero saqueado y luego abandonado por décadas. Pero los bosques de abetos, los enormes lagos y los ríos cristalinos del Monte Mainlao, que se eleva unos mil 200 metros de altura en el corazón de la Arcadia griega (y que en efecto evoca la utopía pastoril del mundo antiguo), siguieron allí.

El empresario ateniense Stratis Batagias, que de niño acampaba en un pueblo cercano y a menudo visitaba la estructura abandonada, fue el encargado de recuperarla. Las tareas, lideradas por las firmas griegas de arquitectura K-Studio y Monogon, incluyeron una larga investigación de archivos, rescate arqueológico y, naturalmente, restauración de todo aquello capaz de ser recuperado, como buena parte de la piedra caliza, los hierros y los pisos de mosaico.

La reconversión interior es casi un milagro: un diseño de interiores cálido y luminoso que contrasta armoniosamente con la solidez y el rigor del edificio; rincones de lectura, ventanas y pequeñas salas que invitan a la reclusión y a la contemplación; e incluso un bar con aires de botica antigua como para que nadie olvide los orígenes del lugar.

El hotel MANNA (nuevo bautismo que homenajea al mismo tiempo el nombre del viejo sanatorio y el de su alma mater) cuenta con 32 habitaciones y suites, un restaurante y un spa subterráneo. Tanto en las habitaciones como en los espacios comunes mandan una paleta de tonos neutros, los materiales naturales (lana, lino y piel de oveja), los techos de madera artesonada y los detalles en mármol, cobre y otras texturas contrastantes. Hay un inconfundible aire de montaña en la puesta en escena, para la que K-Studio hermanó con acierto los toques vernáculos con el diseño nórdico.

El arte del lugar también tiene nombre y apellido: pinturas del griego Nikos Kanoglou, tapices de su compatriota Maria Sigma, esculturas de la francesa Diane Alexandre y obras de la británica Joanna Burtenshaw. Los artículos de baño son orgánicos y elaborados con hierbas griegas, al igual que las infusiones que se sirven como atención en las habitaciones.

La oferta gastronómica del restaurante, dirigido por el chef local Athinagoras Kostakos, tampoco se aparta del terroir y descansa en carnes y quesos locales, pastas caseras y hierbas silvestres. Llegada la hora del relax, el hotel ofrece clases de yoga, pilates y entrenamiento funcional, una piscina con aires de cueva y un gimnasio donde la madera ha reemplazado el plástico. Para los que quieran algo más, la carta de actividades incluye cabalgatas, canotaje, senderismo, ciclismo de montaña, cacerías de trufas silvestres, cosecha de miel, rafting en verano y esquí en invierno. Además, excursiones por el día habilitan la visita a antiguas aldeas griegas construidas en piedra, monasterios bizantinos y sitios arqueológicos.

Todo esto, apenas a dos horas del aeropuerto de Atenas pero a años luz del mundanal ruido.