MANHATTAN POR TODO LO ALTO

La Quinta Avenida no conocía nada igual y el lujo de Nueva York no estaba acostumbrado a algo así: en las alturas del edificio Crown abrió sus puertas un nuevo bastión de Aman, la cadena hotelera que debutó en Tailandia hace algo más de 30 años y no para de seducir a los viajeros más exigentes.

Es el primer Aman en la costa este de Estados Unidos y la más reciente apertura de un portafolio que ya suma casi 40 enclaves en unos 20 países. La historia comenzó casi de casualidad, cuando el empresario indonesio Adrian Zecha se dio cuenta que la casa de vacaciones que estaba construyendo en la isla tailandesa de Puket le quedaría algo grande y resolvió convertirla en un hotel, el mítico Amanpuri. Desde entonces, la cadena Aman Resorts no ha parado de crecer y sorprender: de Bután a Sri Lanka, de Camboya a Marruecos, de China a Grecia, con hoteles de diseño siempre deslumbrante, generalmente emplazados en locaciones remotas.

Desde 2014 en manos de Vladislav Doronin (un poderosísimo empresario ruso-sueco), el objetivo de la firma ha sido extender esos encantos a destinos más urbanos (incluyendo un palacio en el Gran Canal de Venecia, por ejemplo), y llevando la experiencia Aman de lo horizontal a lo vertical.

En el Aman New York la apuesta consiste en crear un verdadero santuario citadino y aterrizar con un toque moderno, sereno y algo minimalista en una jungla de cemento donde, curiosamente, el lujo hotelero seguía estando asociado (casi) exclusivamente a lo viejo, lo clásico o lo histórico.

El flamante hotel (y sus residencias anexas) ocupan los últimos 20 pisos del Crown Building, que se alza en la esquina de la Quinta y la 57 y, conviene recordar, también tiene su prosapia: su estructura Beaux-Arts fue diseñada por el estudio Warren-Wetmore, el mismo que tuvo a su cargo la célebre estación Grand Central, y albergó, entre 1929 y 1932, la primer sede del MoMA.

Un siglo más tarde, al frente de Denniston Architects, el belga Jean Micheal Gathy tuvo a su cargo la transformación del lugar, y eligió subrayar los contrastes en lugar de disimularlos: hay detalles en dorado que evocan los días (y las noches) de gloria de Manhattan, pero la madera, la piedra y el ratán presentes aquí y allá remiten claramente a los orígenes asiáticos de la cadena. La paleta de tonos oscuros y orgánicos se alinea con la estética común de los hoteles Aman en tanto oasis en sitios remotos, mientras que las grandes proporciones de los espacios públicos, como el lobby y las terrazas, hablan a las claras del porte del edificio y de la historia hotelera de New York.

Hay 83 habitaciones y suites. Las más baratas, de unos 70 metros cuadrados, arrancan en algo más de 3 mil dólares diarios, y todas tienen chimeneas a gas, pantallas planas retráctiles, baños dignos de Instagram, pisos de roble y luminarias de aires japoneses.

La oferta se completa con dos restaurantes, un fitness center, un salón de belleza, una terraza enjardinada en el piso 14 (de hecho, la puerta de entrada al hotel), un club de jazz, un lounge bar y una imponente piscina cerrada.

Para que nadie extrañe la serenidad y los placeres a que la grifa Aman tiene acostumbrados a sus huéspedes, el spa del hotel se extiende a lo largo y ancho de tres pisos del edificio y promete elevar la experiencia del bienestar físico a otro nivel, integrándola con servicios médicos, terapias especiales y propuestas culinarias y estéticas de vanguardia. A tales efectos, dispone de siete salas de tratamiento, un sauna de rayos infrarrojos detox y una sala de crioterapia de cuerpo completo, entre otras novedades.

Por si todo esto no alcanzara, hay también un club exclusivo para miembros y 22 residencias Aman para quedarse a vivir allí para siempre, incluyendo un penthouse de cinco pisos que salió a la venta al mercado por la friolera de 180 millones de dólares. Dice el New York Times que, de concretarse, el negocio puede convertirse en el tercero más caro de la historia inmobiliaria de Estados Unidos.