MONTEVIDEO X TANCO
Volvemos a recorrer la capital uruguaya, esta vez guiados por la periodista y escritora Valeria Tanco, que aquí comparte sus gustos y disgustos ciudadanos, nos pasea de un palacio a un complejo de viviendas y reivindica un color con mala prensa.
¿Cuál es su lugar favorito de Montevideo y por qué?
Es difícil elegir uno, pero voy a caer en la obviedad (en la doble acepción de que está frente a los ojos y de que es claro, evidente) de decir la rambla. Y si tengo que elegir un punto de este paseo inigualable (algo que me cuesta también), me quedo con la “Curva del Ensueño”, en Punta Gorda.
¿La mejor vista de la ciudad?
Hay vistas privilegiadas desde varios puntos de Montevideo, o desde apartamentos altos en edificios de distintos barrios. Pero voy a elegir la vista que hay desde el Mirador Panorámico de la Intendencia. Es uno de los paseos infantiles que recuerdo como mis favoritos, y cada vez que fui a lo largo de mi vida me volvió a deslumbrar. Y me gustó la renovación que se le hizo en 2019.
¿La calle más linda?
Diría que es 19 de Abril, por los plátanos que arman ese techo vegetal abovedado de una vereda a la otra en una calle tan ancha. Es increíble, porque en realidad los plátanos del ornato público me molestan, como seguramente molestan a todos los montevideanos que conviven con ellos. Sin embargo allí me resultan poco amenazadores y más bien mágicos. Creo que las calles más lindas son las arboladas, y uno de los árboles más lindos que hay en el Montevideo es el jacarandá. Así que la otra calle más linda es cualquiera que tenga jacarandás: en Carrasco, en el Parque Rodó, en el Prado o donde sea.
¿El monumento o la estatua que más le gusta?
Elijo tres de José Belloni: La Diligencia, en el Prado; La Carreta, en el Parque Batlle; y El Entrevero, en el Centro. Me resultan fascinantes. Primero, porque automáticamente me remiten a la escuela y a la patria, la de los libros de historia, la que gatilla recuerdos de la infancia en el aula de la escuela pública. Además, son esculturas que nunca termino de conocer: los detalles, los recovecos, el movimiento perfectamente congelado, los músculos humanos y animales, el barro, la escena. Los caballos y los bueyes de Belloni: un viaje de ida para una montevideana citadina culposa por su falta de campo.
¿El edificio más bello?
El Palacio Salvo. Cito a Mario Benedetti, en su novela La Tregua: “He aprendido a querer ese monstruo folklórico que es el Palacio Salvo. Por algo figura en todas las postales para turistas. Es casi una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático”.
¿Y el más feo?
El Palacio Salvo. Cito nuevamente a Benedetti y La Tregua: “Por eso prefiero la espantosa franqueza del Palacio Salvo, porque siempre fue horrible, nunca nos engañó, porque se instaló aquí, en el sitio más concurrido de la ciudad, y desde hace treinta años nos obliga a que todos, naturales y extranjeros, levantemos los ojos en homenaje a su fealdad (…) Es tan, pero tan feo, que lo pone a uno de buen humor”.
Además, como todos saben, el Salvo es hermano gemelo del Palacio Barolo en Buenos Aires. Y yo lo veo como una materialización de lo que es para mí, simplificando y a grandes rasgos, la relación entre uruguayos y porteños. El Barolo fue construido antes y la familia Salvo contrató al mismo arquitecto, Mario Palanti, para que hiciera un edificio así acá. Primero ellos, después nosotros. Y, por más que son gemelos, en mi opinión el nuestro es menos glamoroso, más tosco, asimétrico y peor conservado. Más que gemelos, mellizos distintos, me parece.
Un lugar de la ciudad que ya no existe y que usted extraña especialmente.
Extraño muchas casas y edificios demolidos. Ahora mismo me vienen a la mente el edificio de Assimakos, en Avenida Italia y Mataojo, y la casa esquina que había en la Rambla República del Perú y Martí.
¿Un secreto urbano que valga la pena compartir?
No es estrictamente un secreto, pero invito a pasear por las callecitas del Barrio Jardín, que queda enfrente al club Sporting, en el Parque Rodó. Sus límites son 21 de Setiembre, Macachines, Javier de Viana y Gurí. El alumbrado público que hay allí, la arquitectura de las viviendas, el verde. Caminar por ahí es como viajar a otra ciudad sin necesidad de salir de Montevideo.
¿Cuál es su restaurante preferido a la hora de comer fuera de casa?
Varía según lo que quiera comer, el entorno en el que quiera estar, mi estado de ánimo… Por ejemplo, voy a Salmuera (en Malvín: rambla O’Higgins y 18 de Diciembre) cuando quiero comer en la playa y me viene bien una carta reducida, pero con personalidad. Si es para tapear, voy a Plaza de Chueca, en la proa de Maldonado y Pablo de María. Cuando quiero sorprenderme y vivir una experiencia distinta, voy a donde me despierte curiosidad y/o me recomienden. En ese plan, me gusta mucho Jacinto, de Lucía Soria. Y soy fan de los tragos en general y los gin tonics en particular del bartender Andrés Silveira (@canepunk en Instagram), así que lo sigo a donde vaya. En este momento, está en Magnum.
¿El mejor sitio para tomar un café?
Una librería. Por suerte, hay varias y hermosas opciones de ese maridaje perfecto. Por ejemplo, Escaramuza en Pablo de María o Puro Verso en la peatonal Sarandí.
¿Y para ir por un trago y/o diversión nocturna?
El Baar Fun Fun. Es increíble cómo en ese edificio multipropósito desarrollado por la CAF Fun Fun mantiene su espíritu intacto, gracias a la Uvita, al estaño original y en particular a que la familia de Augusto López, su fundador, sigue al frente del mismo, hoy con su cuarta generación.
¿Una tienda, comercio o similar para saciar un impulso consumista?
Una librería. No puedo elegir una: las hay en diversos barrios y todas tienen su encanto particular.
¿Qué libro, canción o película viene primero a su mente cuando piensa en Montevideo?
En este momento Los pasajes comunes, de Gonzalo Baz. Es una novela que narra la vida adolescente en un complejo de viviendas que no es ninguno y es todos, en particular los de Malvín Norte. Montevideo es también ese tipo de solución habitacional que parece desproporcionada para la poca densidad de población que tenemos. Baz nos lleva por esos pasajes comunes, esos lugares de paso y de pertenencia que se forman natural y artificialmente en esos complejos. La convivencia que parte de un diseño arquitectónico y configura las relaciones, a veces violentas, a veces solidarias, y siempre cercanas desde el punto de vista físico. Y además la sitúa en la crisis de 2002, entonces uno también va con los adolescentes protagonistas a ese tiempo tan doloroso para Uruguay.
¿Cuál es su museo favorito de la ciudad?
El Museo Nacional de Artes Visuales. Su arquitectura, su entorno en el Parque Rodó, su jardín y su cafetería, las exposiciones y su colección permanente, el trabajo con su acervo, la puesta en valor del arte histórico y el actual. Creo que, desde afuera y solamente como visitante, el trabajo del equipo del museo, liderado por Enrique Aguerre, es impecable. Como uruguaya lo agradezco.
¿Y su sala preferida para ver cine, escuchar música o asistir al teatro?
Para el cine, la nueva Cinemateca y el nuevo Cultural Alfabeta. Para escuchar música, el Auditorio Nacional del Sodre. Y para ir a ver una obra de teatro, el Circular.
Si tuviera que elegir tres lugares representativos de la ciudad para mostrarle a un extranjero de visita, ¿cuáles elegiría?
La plaza Independencia; la playa Ramírez, con el paseo de los clubes de pesca y las vistas de la cúpula del Teatro de Verano, el Parque Rodó y el Parque Hotel; y el Mercado del Puerto.
¿Y qué le regalaría como souvenir montevideano para que se llevara de regreso en su valija?
Un llavero con el Palacio Salvo. No sé si existe, pero me dieron ganas de buscar uno para mí. Y el libro Rambla, de Aguaclara Editorial.
Según su punto de vista: ¿qué le falta a Montevideo?
Un buen sistema de transporte público, que conecte bien y sea accesible. Es la clave para bajar la cantidad de automóviles, que es desproporcionada e ilógica para las dimensiones de la ciudad. Y un criterio único y sensato para la protección patrimonial y para el desarrollo urbanístico.
¿Y qué le sobra?
Torres de edificios “modernos”. Y parece que en breve (en tiempos constructivos uruguayos, entiéndase), le van a sobrar más todavía.
Si tuviera que definir Montevideo con una palabra, esa palabra sería…
Gris. Pero no en su connotación negativa. Gris es un color y también un lugar de mixtura, de calma y de tibieza que me resulta reconfortante en este mundo de extremos, de etiquetas, de griterío y de blanco y negro.