VOLVER A SAINT TROPEZ

De Picasso a Sartre y de Boris Vian a Brigitte Bardot, medio mundo supo pasar por las habitaciones de La Ponche. Ahora, el mítico hotel de St. Tropez reabre sus puertas renovado. Los viajeros amantes de la historia que busquen confort sin pretensiones ya tienen dónde anclar en la Costa Azul este verano europeo.

Casi un parto: ocho meses, dicen, le llevó al celebrado Fabrizio Casiraghi capitanear la reforma de este legendario hotel del sur de Francia, cuyos orígenes se remontan a fines de la década del 30, cuando, cómo no, supo ser un modesto refugio de pescadores. Pero el cine (y las vías de tren) hicieron su trabajo a lo largo del tiempo, y con St.Tropez ya impuesto como destino de moda, las apenas ocho habitaciones con que La Ponche contaba en los años 60 se volvieron un botín en disputa cada verano.

Recuperar el esplendor de antaño sin que la elegancia se pasara de la raya ni la sofisticación resultara estridente, fueron los objetivos del trabajo encargado a Casiraghi por los nuevos dueños. ¿El resultado? Un enclave de vacaciones que, en palabras del propio diseñador de interiores, evoca la casa que un hombre rico de la ciudad ha heredado de su abuela, una casa donde el sur y el sol se hacen evidentes en cada rincón y en cada detalle. 

En el flamante La Ponche hay una veintena de habitaciones, nada pretensiosas pero muy elegantes todas ellas, con buena ropa de cama y de baño, duchas irreprochables y camas muy cómodas. Por lo demás, muebles simples, cierto aire italiano y sesentoso aquí y allá, colores claros y hasta litografías de Picasso en las paredes.

Hay una terraza enjardinada, un restaurante, que lidera el chef Thomas Danigo y despacha básicamente pescados y platos de cocina provenzal hechos a base de ingredientes locales; y un piano bar, bautizado St. Germain des Près, como para que quede claro de dónde viene el heredero imaginario que llegó de la ciudad. 

Los huéspedes cuentan también con el spa Le Tigre, que suma a los tratamientos habituales y a la nutrida carta de masajes un pequeño club de yoga, y tienen a su disposición un encantador petit Piaggio para conducirlos hasta el hotel desde el parking cubierto en el que pueden dejar su auto. Y si hiciera falta algo más, el hotel también puede alquilarles un barco para salir a navegar.