LOS ÁNGELES DE PELÍCULA
Un puñado de hoteles de lujo se disputa cada año el favor de los candidatos a los Oscar a la hora de dormir, tomar un trago con el que calmar los nervios u ofrecer fiestas por todo lo alto tras la entrega de premios. Los hay más clásicos y más modernos, pero ninguno con la historia del Chateau Marmont, al que le sobran estrellas.
Rodeado de verde y elevado sobre Sunset Boulevard, el hotel toma su nombre de la pequeñísima calle que pasa frente a su puerta y está inspirado en el Château d’ Amboise, un castillo real francés del Valle del Loira en el que, para más datos, murió Leonardo Da Vinci. Bajo encargo de Fred Horowitz fue diseñado por los arquitectos Arnold Weitzman y William Douglas Lee y abrió sus puertas en 1929.
El anacrónico edificio de siete pisos nació originalmente como un complejo de apartamentos, lo que explica que buena parte de sus habitaciones y suites tengan hasta hoy livings y cocinas, dotando al hotel de ese aire residencial que lo caracteriza y que tanto aprecian los huéspedes de la industria del cine que suelen recalar allí por semanas, meses y a veces hasta años. Hacia 1930 sumó una piscina y un puñado de bungalows, y para 1976 ya era patrimonio cultural de Los Ángeles.
El hotelero André Balazs lo compró en la década del 90 y se dispuso a devolverle el esplendor original. El diseño de interiores corrió por cuenta de Shawn Hausman, que lleva el cine en la sangre: es hijo de una actriz y de un productor, dio sus primeros pasos profesionales como asistente en Hollywood y, por todo ello, creció visitando el hotel. De modo que el encargo fue casi una tarea amorosa para él, que se aferró a la idea de preservar el espíritu de ese verdadero ícono de la ciudad, cuidó el delicado equilibrio entre renovar y preservar, y ancló la ambientación en una delicada mezcla de estilos y épocas.
Hoy el hotel tiene 63 habitaciones, cabañas y bungalows, amén de un penthouse de un dormitorio y otro de dos, ambos de tono más moderno. La piscina exterior está climatizada, los servicios de conserjería y room service funcionan las 24 horas, las habitaciones se hacen dos veces al día y hasta ofrecen papelería personalizada para los interesados. Hay un pequeño bar en el lobby, un restaurante íntimo puertas adentro y una célebre garden terrace a la que todo el mundo acude para ver y ser visto. La chef Rhoda Magbitang sirve platos de cocina americana basados en productos de estación de California, mientras el sommelier Romain Audrerie cuida de la lista de vinos. Más recientemente, el hotel inauguró el restaurante Chateau Hanare, de inspiración japonesa y con entrada propia por Sunset Boulevard.
Pero lo que viene a cuento en estos días de Oscar es el vínculo de larga data entre hotel y el mundo del cine. La lista de huéspedes célebres (de Marilyn Monroe a Oprah Winfrey) es casi eterna, tanto como el folclórico anecdotario, que incluye desde cuentas astronómicas en el minibar de más de un actor hasta parejas sorprendidas haciendo el amor en los ascensores.
Por decir algo: Clark Gable y Jean Harlow tuvieron un romance allí, Led Zeppelin atravesó el lobby en moto, Jim Morrison dio que hablar lanzándose (o cayéndose) desde un balcón del tercer piso, John Belushi murió de sobredosis en un bungalow, Peter O’Toole se puso a zapatear amargamente sobre una mesa la noche que volvió de la gala de los Oscar con las manos vacías, y Johnny Depp se vanaglorió de haber llevado a la cama a Kate Moss en todas las habitaciones. Anthony Bourdain, a quien no le faltaba mundo, amaba este hotel por sobre cualquier otro. Y en tren de mencionar apenas un par de ejemplos, La La Land (que casi se lleva el Oscar a mejor película hace un par de años) y Somewhere (el melancólico film de Sofía Coppola) son dos de los muchos largometrajes con escenas allí rodadas. Quizá todo pueda resumirse en la frase que se le atribuye a Harry Cohn, el célebre directivo de la Columbia Pictures que le dijo en su momento a William Holden y a Glenn Ford: “si se van a meter en líos, que sea en el Chateau Marmont”.