VENECIA EN CAPILLA
El envío del Vaticano a la Bienal de Arquitectura de Venecia, en cartel hasta el 25 de noviembre, está agitando las aguas. Y de paso, está llamando la atención de los viajeros sobre la encantadora San Giorgio Maggiore: una isla pequeña, a menudo ignorada, que flota frente a San Marcos y esconde múltiples tesoros.
“Capillas Vaticanas”. Así se llama la provocadora idea, ya convertida en una de las vedettes de la bienal. Convocados por el comisario cardenal Gianfranco Ravasi y por el curador Francesco Dal Co, diez estudios de arquitectura aceptaron el desafío de levantar sendas capillas temporales en los bosques de la veneciana isla de San Giorgio Maggiore, cuya basílica firmada por Palladio puede verse desde buena parte de la ciudad.
Recogieron el guante de este reto artístico, en cierta medida inspirado en los diez mandamientos, el italiano Francesco Celini, el portugués Eduardo Souto de Moura, el británico Norman Foster, el estudio español Flores & Prats, la brasilera Carla Juaçaba, el chileno Smiljan Radic, el paraguayo Javier Corbalán, el estadounidense Andrew Berman, el japonés Tenoburo Fujimori y el australiano Sean Godsell. La visita suma una onceava capilla, ya que en rigor comienza con una exhibición sobre el emblemático proyecto del sueco Gunnar Asplund, que en 1920 diseñó para el cementerio de Estocolomo su famosa Woodland Chapel, que aquí funciona como faro rector de todo el proyecto.
El despliegue tiene lugar, como se ha dicho, en un vasto espacio verde de la isla San Giorgio Maggiore, generalmente olvidada por el viajero de tres días y dos noches que no dispone del tiempo suficiente para hincarle el diente a los múltiples encantos de La Serenísima.
Esa isla, buena parte de la cual está al cuidado de la Fundación Giorgio Cini, ha estado presidida desde finales del siglo XVI por la iglesia que diseñó Andrea Palladio, y desde cuyo campanario, que data de 1791, se disfruta de una de las mejores vistas de Venecia. Pero la fundación Cini, instalada en el viejo monasterio benedictino del lugar, pone al alcance del viajero sensible muchos otros encantos: hay un puñado de institutos dedicados al arte, la historia, la música y el teatro que ofrece una nutrida cartelera de exhibiciones, cursos, conciertos y conferencias todo el año; hay una visita guiada que incluye un vistazo a la fabulosa biblioteca Longhena y a tres jardines internos, incluyendo el que alberga el laberinto vegetal que el inglés Randoll Coate dedicó a Borges; y hay un pequeño museo, Le stanze del vetro, que ofrece exposiciones temporales para acercar lo mejor de la producción artística en vidrio, con un criterio moderno y alejado de lo folclórico, ideal para quien no quiera perder media jornada en Murano.
En suma, una oferta cultural riquísima, en un entorno deslumbrante, al alcance de un corto viaje en vaporetto. Con o sin la bendición del Vaticano, claro.