VIENA, OTRA VEZ
El sarampión de las encuestas internacionales no se detiene. Cenamos con la lista de países más felices del mundo y desayunamos con el ranking de las ciudades con mejor calidad de vida. Al frente de todas ellas, según la consultora Mercer y por noveno año consecutivo, Viena. ¿Por qué?
La Viena del Danubio Azul y de la Marcha Radetzky, la de los lieders de Schubert y las sinfonías de Mozart, la de las mujeres de Gustav Klimt y la de las muchachas de Egon Schiele, la Viena de Sigmund Freud y la de tantos espías, la del suntuoso Hotel Sacher y la de los enclaves a la moda de Leopoldstadt, la Viena de la duquesa en Baviera y la de los caballos lipizzanos, la de los palacios imperiales y la del museo de la tortura. Esas y tantas otras estampas vienen a la cabeza del viajero cuando piensa en la capital austríaca.
Para la consultora internacional Mercer, que cada año lleva adelante una encuesta sobre calidad de vida en el mundo (con el objetivo de ayudar a las corporaciones multinacionales a compensar adecuadamente a sus empleados enviados al extranjero), Viena sigue siendo la ciudad con la mejor calidad de vida en el planeta, ofreciendo a residentes y expatriados transporte público seguro y bien estructurado, así como una gran variedad de espacios culturales y recreativos. El entorno político, social y económico, la infraestructura médica, la oferta educacional, el acceso a los bienes de consumo, así como la calidad de los servicios públicos, de la vivienda y del medio ambiente, son otras de las categorías evaluadas cada año en las que esta ciudad vuelve a destacarse.
A poco de conocido el resultado de la encuesta de Mercer, Natalie Marchant, que pasó muchos años en la capital austríaca, escribió sus impresiones en el diario inglés The Independent: “Tuve la suerte de crecer en Viena y hasta hoy vuelvo a menudo, incluso me casé allí, en un viñedo con vistas a la ciudad, el año pasado. La universidad, el trabajo y la vida en general me han mantenido alejada por el momento, pero todavía es el lugar al que llamo mi hogar. Hay una continuidad tranquilizadora cuando uno piensa en Viena, una sensación de que el tiempo se ha detenido. Todavía puedes tomar una melange, que es la versión local del capuchino, bajo el techo abovedado del Café Central, de la misma manera que lo hicieron Sigmund Freud y León Trotsky. La ciudad pudo haber sufrido fuertes daños por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, pero gracias a una ingeniosa restauración, muchas de las calles históricas del centro aún serían reconocibles por uno de sus residentes más famosos, Wolfgang Amadeus Mozart. Y la rueda gigante, o Riesenrad, construida durante el reinado de Franz Joseph, gira más o menos hoy como lo hizo cuando se abrió por primera vez, en 1897. Pero como bien saben aquellos que viven allí, Viena está en constante evolución y luchando por mejorar la vida de sus residentes. La calidad de vida es un enfoque central para el gobierno local y el nacional por igual. La ciudad tiene una excelente infraestructura y sistemas de cuidado social, salud y educación, y está comprometida con el bienestar cultural de sus residentes (…) Por supuesto, podría argumentarse que la desventaja de todo esto es que los vieneses saben exactamente cuán afortunados son. La ciudad disfruta mucho de su glorioso pasado y se la podría describir como conservadora, con una ‘c’ minúscula. Los mozos de los cafés, en particular, tienen la reputación de ser algo gruñones y reacios. Pero puedes perdonar a los vieneses por ser un poco presumidos. Saben que lo tienen todo. Y, un día, sé que volveré para unirme a ellos”.
Para más datos, o para más inspiración, lo que sigue es un vistazo a vuelo de pájaro, según el ojo de Around the World 4K.