MENORCA AL NATURAL

Otra apertura hotelera en las Baleares para tomar nota: Son Blanc es el flamante y encantador resultado de transformar con esmero una masía del siglo XIX que hoy alberga habitaciones apacibles, un tentador restaurante y una propuesta de hospitalidad centrada en el contacto con la naturaleza y la comunidad local.

La aventura fue liderada por los dueños de casa: la hostelera menorquina Benedicta Linares Pearce y el inversor francés Benoît Pellegrini, que consagraron cinco años de sus vidas a esta empresa, para la que contaron con los oficios del estudio parisino de arquitectura Atelier du Pont y de la agencia local ARU Arquitectura.

Piedra, arcilla y madera son los materiales que impone esta casa de campo devenida hotel, que se alza en un terreno de 130 hectáreas en las que hay lugar para plantaciones de olivos y almendros, un jardín medicinal, huerto de frutas, ovejas, gallinas y hasta colmenas.

La oferta hotelera, según proclaman, está pautada por un concepto de hospitalidad que aúna la sostenibilidad, la colaboración con el entorno y la conexión social. En otras palabras, en Son Blanc animan a los huéspedes a dejar atrás todo preconcepto sobre la hotelería de lujo, a sumarse a un variado programa de actividades (que incluye cenas comunitarias y actividades artísticas) y a conectarse más con la naturaleza y los lugareños.

En cuanto a las instalaciones propiamente dichas, descansan en 14 habitaciones que tienen en común el acento puesto en el diseño español contemporáneo, los textiles naturales y las cabeceras de cama tapizadas por Mariona Cañadas y Pedro Murúa. Las hay con jardines privados, terrazas con bañera al aire libre o balcones con vista a los olivares. Toda la restauración de la finca, guiada por ingenieros, arquitectos y artesanos, procuró limitar el impacto en el entorno empleando materiales locales y naturales tanto para el reciclaje como para el diseño de interiores.

El restaurante del hotel, emplazado en el viejo establo, gira en torno a una gran barra de piedra volcánica y despacha cocina a leña. Los productos de la granja, que como todo el establecimiento siguen las pautas de la agricultura regenerativa, pautan la carta. Definen su cocina como “primitiva, arraigada y generosa”, y sirven platos como los champiñones maitake a la parrilla o el pescado ahumado con verduras al escabeche.

Hay piscina, bar, espacio de yoga, un calendario cultural que reúne a artistas locales con los huéspedes de paso, y un programa de actividades que van desde el senderismo hasta las clases de baile, pasando por tareas de agricultura y jardinería. Sin olvidar, claro, las rutinas fitness y los masajes.

Abre en abril, y los precios de las habitaciones arrancan en los 200 dólares diarios.