UN LIDO DE PELÍCULA
El mundo se dispone a poner sus ojos en Venecia, donde hoy se inaugura una nueva edición de su célebre festival de cine. Excusa ideal para darse una vuelta por el Lido, ese largo brazo de arena que flota en la laguna y acoge cada año a la alfombra roja de la Mostra. También, un destino verde y alternativo para conocer otra cara de La Serenísima.
Los amantes del cine creen que la culpa la tienen Thomas Mann, Luchino Visconti, Dirk Bogarde y Gustav Mahler. Aunque en honor a la verdad, la fama del Lido veneciano se remonta a fines del siglo XIX. Para ser más exactos, hacia 1881, cuando el tranvía empezó a acercar gente y, como en buena parte de los balnearios del mundo, comenzó a tejerse otra historia.
El Grand Hotel des Bains se construyó en 1900, y once años después albergó al escritor Thomas Mann, que allí se inspiró para escribir su novela La Muerte en Venecia, que Visconti rodaría en 1971, con Dirk Bogarde en la piel de Gustav von Aschenbach y el adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler bañando de música aquel delicado asunto que tanto agitó las aguas del cine.
Ese hotel (actualmente con obras en curso que transformarán buena parte de su estructura en lujosas residencias privadas) quedaría por siempre ligado a la historia del séptimo arte. Naturalmente, supo alojar a una legión de estrellas de la pantalla grande durante los festivales, pero también sirvió de escenario a otra película, El paciente inglés, en la que hacía las veces del legendario Shepheard’s de El Cairo.
En cuanto a la célebre Mostra di Venezia (como llaman al festival los italianos), puede jactarse de ser el más antiguo del mundo. La primera edición, celebrada en la terraza del Excelsior (el otro gran hotel del Lido), tuvo lugar en 1932, y el primer film en ser exhibido fue Dr. Jekyll and Mr. Hyde. Cinco años más tarde, en 1937, se inauguró el Palazzo del Cinema, obra del arquitecto Luigi Quagliata, donde buena parte de la Mostra se celebra hasta hoy.
Pero no sólo de cine vive el Lido veneciano, que apuesta a imponerse como el destino verde y alternativo de la ciudad. En esos 12 kilómetros con cara al Adriático y a la laguna hay un lungomare trufado de arquitectura interesante, un encantador aeropuerto de aires Art Déco; hoteles señoriales, como el Ausonia & Hungaria, y otros más recoletos, como el Villa Mabapa; un cuidado campo de golf y vastos espacios verdes todavía silvestres; playas de aguas mansas (Visconti filmó los exteriores de su película en la de Alberoni); un pequeño y encantador poblado, llamado Malamocco, ideal para refugiarse lejos del mundanal ruido y entregarse a los pescados; y hasta bares con cierta impronta hipster, como el celebrado Macondo, donde probablemente no quieran saber nada de alfombras rojas ni fiestas de gala: allí toda la diversión tiene lugar con los pies en la arena.