FUERTEVENTURA AL DESNUDO

Esta es la improbable historia de una casa que fue casino y hoy revive como hotel de ensueño en un destino impensado. A mano de los paisajes lunares y de las aguas turquesas de esta isla Canaria, abre sus puertas Casa Montelongo.

La Oliva es un municipio al norte de Fuerteventura, la segunda en tamaño en el archipiélago de las Islas Canarias. Y Casa Montelongo, una residencia con mucha estirpe en ese municipio: además de casa de familia supo ser casino: en rigor, una “sociedad de recreo” para la clase media, animada por un clan con vocación cultural que abría sus puertas a bailes, fiestas y obras de teatro.

La recuperación del edificio, emplazado en pleno casco urbano de La Oliva, corrió por cuenta del arquitecto Néstor Pérez Batista, un canario afincado en Berlín. El proyecto, que puertas adentro derrocha un deliberado aire a nowhere, pensado para invitar al descanso, la meditación y el hedonismo, estuvo presidido por el respeto al patrimonio local y a la arquitectura vernácula, dos obsesiones de la pareja propietaria: un catalán y un canario con años de experiencia en el turismo rural y en la promoción de hoteles con encanto.

No sólo se respetó la fachada (a lo que estaban obligados por ley), sino buena parte de la distribución original de la propiedad, separada desde sus orígenes en dos sectores comunicados únicamente por el viejo patio con aljibe. La intervención más contundente consistió en la creación de múltiples lucernarios, ventanas y aberturas, ideados no sólo para iluminar y ventilar sino también para crear espacios y ambientes según la forma en que se cuelan el tiempo y el paisaje dentro de la casa a media que transcurren las horas.

Los deberes bien hechos se prolongan en el empleo de materiales tradicionales (piedra, cal, madera, barro, vidrio); en el empleo de energía solar (aseguran que el 100 por ciento); en el compromiso con los proveedores de la isla (sirven el desayuno con productos locales y de temporada); y en una ambientación nada estridente que hace lugar a objetos de diseño y piezas de decoración de líneas muy sencillas, de modo de no competir con la sensación de paz que se persigue. El resultado estético final es un bienvenido contraste con los rigores del territorio de la isla.

Heredera de la vieja estructura de la propiedad, la oferta del pequeño hotel se limita a dos generosas suites (ambas con living-comedor, cocina, dormitorio y baño) que ocupan sendas alas de la casa y se conectan a través del patio con aires de riad marroquí, en el que ahora hay lugar para una piscina. A pedido y a la medida de los huéspedes (que dicho sea de paso sólo pueden ser adultos), organizan excursiones, visitas culturales y actividades deportivas.