A SOLAS CON DE CHIRICO

Apenas a metros de las disputadas (y ahora vigiladas) escalinatas de Piazza di Spagna, Roma esconde un tesoro que buena parte de los turistas ignora: el apartamento donde vivió y trabajó Giorgio de Chirico. Una deslumbrante casa-museo a salvo de multitudes que hará las delicias de los viajeros sensibles al arte y alérgicos a los palos de selfie. Pasen y vean.

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Por increíble que parezca, no hay nadie. Es decir, no poca gente, como nos tocó en suerte durante la visita guiada a la cercana Villa Medici, donde funciona la Academia Francesa; tampoco muy poca gente, como la que vimos en la vecina casa-museo de Keats y Shelly, los poetas románticos ingleses que también supieron recalar junto a Piazza di Spagna; sino nadie, absolutamente nadie. La única persona que nos hará compañía en el delicioso rato que tenemos por delante es la simpática Francesca Picozza, encargada de guiarnos a lo largo de las casi dos horas que permaneceremos en este apartamento romano donde Giorgio de Chirico vivió 30 años, entre 1948 y 1978, junto a su segunda mujer, Isabella Pakzswer.

A. y yo habíamos pasado por Milán un par de semanas antes, con lo que tenemos muy presente en la memoria la emoción que nos provocó, en el Museo del Novecento, un cuadro suyo fechado en 1922: El hijo pródigo, un óleo fantástico en el que padre e hijo, uno maniquí y el otro estatua, parecen a punto de entregarse a una danza tan enigmática como el paisaje que los envuelve. De modo que el primer nudo en la garganta tiene lugar apenas traspasamos el umbral del apartamento, donde nos toma por asalto otra versión del mismo tema (esta de 1975) con la guardia aún baja. Después de despacharse brevemente sobre el asunto del figliuol prodigo, recurrente como algunos otros en la obra de De Chirico, Francesca nos abre paso al área principal del apartamento, que ocupa tres pisos del Palazzetto dei Borgognoni y atesora la colección privada del matrimonio. Ya viuda, Isabella siguió viviendo allí hasta su muerte, acaecida en 1990, y la Fundación Giorgio e Isa de Chirico abrió sus puertas al público en 1998.

Restaurados fidedignamente, el living, el comedor y otros ambientes sociales ocupan el piso principal del apartamento. Hay a la vista sillones Luis XVI, mesas de mármol, grandes querubines de madera flanqueando la chimenea (al gusto de la señora de la casa, según insiste nuestra guía), ventanales a la calle envueltos en cortinas de damasco y, para deleite de los fetichistas, hasta el pequeño bar en el que el maestro preparaba su vermouth.

En las paredes, exhibidas con curaduría de la fundación, obras de los años 40 y 50, autorretratos del pintor y retratos de Isa, la serie Vidas silenciosas y cuadros del período neo-metafísico. Diseminadas a lo largo y ancho de los distintos ambientes, tampoco faltan las esculturas, que reinterpretan mitos clásicos según la mirada (y las manos) de De Chirico.  

La deslumbrante recorrida permite que A. y yo, conmovidos nuevamente, nos asomemos con toda la calma del mundo al imaginario del célebre artista italiano nacido en Grecia: un mundo poblado de trenes, caballos, chimeneas, arcadas, torres y plazas desiertas; con ecos de Turín y de Ferrara, de Nietzsche y de Freud; siempre envuelto en el perfume del enigma y del sueño y mandado a hacer para el festín de la asociación de ideas. Tras un buen rato entregados a ese banquete visual, Francesca nos acompaña al segundo piso de la casa, donde podemos visitar las estancias privadas (incluyendo el apretado dormitorio en que dormía De Chirico y su luminoso atelier) y de paso descubrir el costado supersticioso del dueño de casa, porque Francesca no permite que pasemos por alto los cuernos, las herraduras de caballo y las cintas rojas que aparecen aquí y allá.

La biblioteca de la fundación, que funciona en la cocina original del apartamento, y la terraza del tercer piso, que regala vistas de la famosa Barcaccia de Pietro Bernini a un lado y de las torres de Trinità dei Monti al otro, hoy no están abiertas al público. En cualquier caso, la visita (para la que hay que anotarse enviando un correo electrónico y pagar apenas 7 euros) nos permite asomarnos a un rincón privadísimo e ilustre de la Ciudad Eterna, de momento a salvo de multitudes. Y recordar que, como decía el propio De Chirico, “el mundo es un enorme museo de objetos raros”.

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